JOSÉ
ANTONIO OCHAÍTA/ El
príncipe de la copla/ La Voz de la Alcarria
Nací donde la Alcarria se viste de perfume,
La Alcarria es una cera que en olor se consume,
y cerca de mi villa, que tiene nombre moro,
Charadaq, hoy Jadraque, se alza un castillo de oro
que pone por las tierras siempre ásperas y mozas,
la sombra apasionada de los graves Mendozas.
Nací en una gran casa, con una enorme sala
y un jardín donde el tiempo sin sentirse resbala,
y en mi casa, hoy perdida por la honda guerra,
había como un eco dorado de muerta poesía
y en sus cien cortinones que el aire nunca mueve
sonreía la pena del siglo diecinueve....
Se cumplen, por estos días, 45 años, que parece que fue ayer, de la
desaparición física de José Antonio Ochaíta, quizá el poeta más mediático que
ha dado la provincia de Guadalajara. Su muerte fue tan singular que recorrió
España de punta a punta, como la recorrían sus
coplas. Ya que por esos años era uno de los grandes autores de esas
novelas de tres minutos que algunos cantantes, y cantantas, desgranaban con la
voz rota a través de las gramolas y los programas de radio. José Antonio Ochaíta, al momento de su fallecimiento,
formaba parte de uno de esos tríos que traspasan la frontera del tiempo, un
trío formado por tres grandes, el de los príncipes: “Ochaíta, Valerio y
Solano”, en esto de la copla; había otro, el de los reyes: “Quintero, León y
Quiroga”, con el que Ochaíta aprendió y con los que, en más de cuatro
ocasiones, compartió éxitos.
JOSÉ ANTONIO OCHAÍTA. LA VOZ DE LA ALCARRIA. EL PRÍNCIPE DE LA COPLA. Su vida y su obra, pulsando aquí
Pero no sólo de coplas vivió Ochaíta, que es por lo que se le recuerda a
través de los cuatro puntos cardinales de España; ni de poesía, que es la
memoria que de él conserva Guadalajara. José Antonio Ochaíta fue, igualmente,
un autor teatral de éxito, a la altura, poco menos, que de los hermanos Álvarez
Quintero.
Recibió los primeros aplausos con poco más de veinte años, cuando en el
escenario de uno de aquellos teatrillos colegiales de Santiago de Compostela,
el de los Salesianos, estrenó su primera obra: “El mendigo de la Rábita”; si decimos que el estreno coincidió con
el llamado “Día de la Raza”, es
decir, el 12 de octubre, ya nos imaginamos de qué iba la cosa. Del
descubrimiento del Nuevo Mundo.
Corría el año de gracia de 1928 y aquella obra, de tinte histórico y en
verso, suponía el comienzo de una larga trayectoria poética y teatral que se
centró, en aquellos primeros tiempos de su vida literaria, en tierras gallegas.
El
teatro García Barbón, de Vigo, acogió los sucesivos estrenos de las más
significativas obras de nuestro autor. Obras de juventud, entre las que destacó
una “Eugenia Imperial” que
representada a beneficio de la Casa del Pescador marcaría un antes y un después
en su vida personal y profesional.
Antes del estreno de esa “Eugenia
Imperial”, que Ochaíta convertiría más tarde en copla de éxito en la voz de
Concha Piquer, y con título mucho más sonoro: “Eugenia de Montijo”, el autor jadraqueño había dado el salto desde
la villa del castillo del Cid a Madrid, y de Madrid a Salamanca, a Santiago y,
de nuevo, a Salamanca. Antes de regresar, con intención de echar raíces, a
Santiago de Compostela.
Allí su Ayuntamiento, por aquellos días revueltos de alborotos
políticos, aprobó en comisión plenaria felicitar a nuestro autor por sus
trabajos literarios en los que ensalzaba la ciudad, ya que por entonces
compaginaba el teatrillo escolar con la prosa periodística en la prensa
gallega, y unos poemas largos, larguísimos, en los que, a poco que se rascase,
aparecían las líneas festivas en las que ensalzaba la ciudad del Apóstol.
En las actas municipales correspondientes al
28 de septiembre de 1934 se refleja el acuerdo del municipio de Santiago de
Compostela, con la felicitación del Concejo.
La
primera felicitación de su carrera que ya por entonces había cosechado
indudables éxitos literarios a cuenta de la poesía y las flores naturales
recogidas en algunas provincias. Con largos poemas en los que ensalzaba, como
si de un Valle Inclán o una Ofelia Nieto, un Alvaro Cunqueiro o un Otero
Pedrayo se tratase, las tierras gallegas. Porque por aquellos años en los que
la República triunfaba, José Antonio Ochaíta había decidido ser gallego de
adopción. Que lo era, y reconocido: como
una pluma de oro de la prensa viguesa, ya que escribía, y era seguido con
indudable éxito, en la prensa de Vigo, en la de Santiago y en la de Pontevedra.
Y paseaba su oratoria por los teatros de las tres ciudades, recitando versos o
dando charlas.
Su primer libro de poemas, desgraciadamente perdido, como sus primeras
líneas teatrales, estaba dedicado a Galicia: “Galicia, verso y jardín”. En él dejó impresos los paisajes de una
tierra que lo había enamorado desde mucho antes de conocer a don Ramón María
del Valle Inclán. Entre los amigos que lloraron su muerte se encontraba nuestro
paisano el día que sucedió, y con aquellos, a sus hombros, llevó el féretro con
el cuerpo inerte del gran autor teatral y, de alguna manera, maestro de nuestro
hombre.
Había nacido José Antonio Ochaíta en Jadraque, sabido es, el 8 de agosto
de 1905; y era su padre, por aquellos días, el maestro de la localidad. Un maestro
que procedente de Trillo llegó a Jadraque para dejar allí su vida, puesto que
falleció joven y de muerte poco menos que repentina, el 13 de enero de 1911.
Apenas diez años había durado el matrimonio entre el maestro don Antonio y doña
Cesárea García de Agustín, que celebraron una boda por casi todo lo alto en
aquel Jadraque que comenzaba a caminar el siglo XX. El 17 de noviembre de 1900
se casaron, con la bendición de don Basilio Batanero, quien se desplazó desde
Sigüenza para oficiar la ceremonia.
José Antonio y su hermano menor, Luis, pasarían, a la muerte del padre,
a estudiar en el colegio de San Ildefonso de Madrid, a cantar los números de la
lotería por Navidad, y ha hacerse hombre antes de iniciar el paso estudiantil
por Salamanca y Galicia; su hermana, mayor que ellos, quedó en Jadraque, junto
a su madre.
Allí comenzó la aventura de vivir de Ochaíta, en el colegio de San
Ildefonso; antes de que, en Galicia, aprendiese a recitar en aquellos días
previos al gran desastre nacional, a la guerra de 1936. José Antonio tuvo que
dejar precipitadamente Galicia para buscar refugio en Madrid en aquel nefasto
mes de julio de 1936. Cuando regresó a la que fue su casa, tres años después,
nada de lo que dejó quedaba en ella. Sus libros, sus escritos, sus recuerdos,
sus poemas… todo había desaparecido devorado por la incomprensión de una
guerra, de su crueldad y sus venganzas. Su vuelta a Galicia, lo que nos da idea
de lo que allí significaba su nombre fue recogida, en primera página, por la
mayoría de la prensa.
Hizo caso a la llamada de su tía Esperanza y acudió a Sevilla para
desempolvarse de la pena de haber perdido una parte de su vida. En la capital
del Guadalquivir su tía Esperanza Perales –Eva Cervantes para el mundo de las
musas-, era un nombre de referencia, y su casa en el barrio de Triana lugar de
encuentro para poetas viejos y de nuevo cuño. Para poetas como Adriano del
Valle, Villalón, los Álvarez Quintero, el marqués de Aracena, Rafael de León…
El Paraíso se llamaba la tertulia que en su casa presidía Eva Cervantes. Y
entre tanto poeta y autor de referencia teatral comenzó a destacar Ochaíta, el
autor de Jadraque.
Con Eva Cervantes publicó anteriormente un libro de poemas “Turris Fortísima”, que es un monumento a
una torre, la Giralda, en el que los dos cantan, a pares. Un libro que vio la
luz en 1935 y fue recibido con gozo por los recitadores de su tiempo, y prologó
don José María de Pemán. Y con Rafael de León lo primero que escribió, después
vendrían las coplas, fue una comedia teatral de mucha risa y mucho verso: “Cancela”. La primera. A esta seguirían,
al menos, una docena más de títulos que, en solitario o compañía de otros,
llenaron los teatros de Madrid: El
Pomporé, doña Polisón…. Y en medio de todo, la copla. Esos retratos en
verso que hablaban lo mismo de amores que de malaventuras; de toreros pillados
por el toro o de sueños de maletillas; de princesas imperiales, de lirios y de
reinas.
Fue, José Antonio Ochaíta, uno más entre la media docena de “príncipes de la copla” que tuvieron la
gracia de dominar un tiempo, una época. De quienes pusieron letra a medio siglo
de la historia de España. El rey indiscutible, claro está, no fue otro que
Rafael de León.
La Feria de Jadraque. Una aproximación a su historia (pulsando aquí)
Sus
canciones han traspasado la frontera del tiempo y del olvido. Y se continúan
cantando, y grabando aquí y allá. A este y al otro lado del mar. Y tanto son
que muchas de ellas, por parecer serlo de toda la vida, se confunden con los
romances medievales. Pero no, Sortija de
Oro, Me casó mi madre…, y tantas más, no son romance de vieja, son
canciones que escribió Ochaíta. Y el famoso Porompompero
que lanzó al estrellato a Manolo Escobar y fue escrito, de tres maneras
distintas, para el Príncipe Gitano; y La
Lirio, que tantos secretos tenía y que elevó al estrellato a Marujita Díaz
y Ochaíta escribió para Estrellita Castro, como las penas que alumbraron las Cinco Farolas, y las tan traídas y
llevadas letras de la película Bienvenido
Míster Marshall, por las que cobró 5.000 pesetas de las de 1950.
Canciones de películas, y algo más, que
también para el cine escribió algún que otro guión que la censura, ¡ay la
censura!, no lo dejó pasar de eso, de guión. A pesar de que a Florián Rey le
escribiese alguno que otro, Ronda ya
tiene torero, por poner un título.
En Guadalajara, en Jadraque, en la Alcarria, ha pasado a la historia de
la letra como poeta de largo y cumplido verso. Y es que Ochaíta fue, además de
todo lo anterior, el poeta de la Alcarria. Un guadalajareño militante que se
echó la provincia al hombro para pasearla por Madrid. Y ser, cuando Francisco
Layna Serrano trataba de que Guadalajara fuese la capital, sino del mundo, al
menos una referencia para España, su
mozo de batalla. Junto a Layna, y unos cuantos más, fundó aquella
tertulia que quiso ser algo más que eso: “La
Colmena”; con los guadalajareños militantes en Madrid intervino en la
fundación de La Casa de Guadalajara,
hoy desaparecida y olvidada por la provincia, a pesar de todo lo que allí se
hizo; y con los poetas de Guadalajara fundó el Núcleo Pedro González de Mendoza, con él paseó la poesía por la
provincia, inventándose, con Suárez de Puga y algunos otros, lo de los Versos a
Medianoche.
Y
como si fuese parte de un romance, o de una copla; uno de aquellos habría de
comenzar por: Pastrana tuvo que ser…
Sí, en Pastrana fue donde marchó para ser eternidad. Rayaba la luna el
filo de la medianoche del 17 al 18 de julio de 1973 y José Antonio Ochaíta
tendió sus manos para pronunciar aquellos versos que son memoria de toda una
vida: …tengo la Alcarria entre mis manos…
Y
murió sobre el escenario, como sesenta años antes había muerto su padre, sobre
la tarima del aula en la que daba su clase. Murió recitando versos, que era lo
que más le gustaba hacer, y a lo que se dedicaba, porque lo sentía, y porque
era uno de esos pocos poetas que, por aquellos tiempos, podía vivir de hacer lo
que más le gustaba: escribir.
Murió delante de la colegiata de Pastrana, ante su público. Ante las
fuerzas vivas de la provincia, y recibió, al día siguiente, la tierra untada en
yeso y cal del pueblo que lo vio nacer: Jadraque, que ya lo reverenciaba como
al Hijo Predilecto que era de la población, porque había puesto en pie a su
pueblo para reconstruir su castillo, y había sacado del olvido el nombre de su
pueblo, y su pueblo, agradecido, le supo corresponder.
Y
pasó a la historia de la literatura de una provincia, Guadalajara, que no lo
puede olvidar.
José
Antonio Ochaíta, escritor, autor teatral, poeta, guionista de cine y autor de
centenares de canciones populares, nació en Jadraque el 8 de agosto de 1905 y
murió en Pastrana el 17 de julio de 1973.
Tomás Gismera Velasco/ Henares al Día/ 17
de julio de 2018